10.06.2010

Terror en mp3

De centenarios y bicentenarios: “El pueblo que ignora su historia,
está condenado a… seguirle comprando baratijas a los Chinos”.
/PachaRocker.


Advertencia: El contenido textual y sonoro de este post es altamente perturbador, no es apto para personas con problemas bacardiacos, se recomienda discreción.
No escuchar si está sol@ y a media noche




Ñaca ñaca
Atardecer tirándole a anochecer en el oriente de la ciudad, uno nueve siete cero, PachaRocker(DR) junto al “Gigo” jugando cuirias a mitad de la calle, bajo amarillenta luminaria, de repente -y por unos cuantos segundos-, el faro emite una intensa luz (amarillenta), ¿qué onda?, no manches se va a “fundir”, ‘ira, los demás “focos” están “bajando”, sincho, ‘ira, hay mucha gente en la casa de los Monroy, ¡junto a tu casa!, exclamó el Gigo al tiempo que corríamos al chisme.

Arremolinados, junto al resto de los fisgones, preguntábamos qué pasaba, por qué la mitad de la calle quedó en oscuras, creo que el diablo se metió a esta casa, ¡ay Dios santo, ampáranos!, sí, dicen que ya viene el cura pa’ca, que va a exorcizarla (o algo así), padre nuestro que estás en el cielo…; asómate, nel, ¿a’ver tú si muy chingón?

A un lado por favor, va’pasar el señor cura, ah cabrón, ¿y pa’qué trae metralleta ese güey que lo acompaña?, sepa. Mucho ruido, arrastrar de muebles, una especie de grito ahogado, el décimo segundo “Padre nuestro” cortesía del Padre ese, ¡sal maligno, abandona esta casa, yo te maldigo, te expulso para siempre en el nombre de Dios! Armados de valor –y morbo-, llegamos hasta la ventana, “el dúo dinámico” se asoma (qué tanates aquellos señor Don Simón), ¡ay no mames, córrele!, ¿qué vistess?, ¡unos ojos!, ¡me cai' que sí, yo también!, ¡sí, eran como rojos, brillaban, se abrían y cerraban!

A escasos minutos, con los tres pelos que le quedaban en la tatema, sale en reversa el mentado cura, echando agüita pa’lla y agüita por acá, a la vez que intenta aliñarse y se revienta el vigésimo y tantos “Padre nuestro”, a formarse los besamanos; ¿qué pedo?, ¿qué habrá sido?, sepa.

De a poco, va recuperando su tono amarillento el resto de la calle, ‘ámonos, te voy ganando; amén.


Cus cus
Mi agüe Lupita (q.e.p.d.), quien silentemente presenció aquella hazaña escenosa del “chamuco” en ca de los Monroy, cual prudente y sabia mujer que fue, esperó bajo el dintel de la puerta (con su inseparable cajetilla de “Faritos” en la mano) el retorno de toda su prole, uno a uno fuimos entrando, uno, dos, otro más, y al final, yo.

Abue abue, ¿vistess lo que pasó?, claro que sí mi’jo, el Diablo nunca descansa, aah, ¿y por qué no descansa abuelita?, miren, háganse pa’ca… su tío Efraín, ya saben que le da mucho por “la tomada”, por más que le digo que la deje, salió un día temprano a una chambita, como todos los días, lo persino y le’cho la bendición pa’que le vaya bien, ya era tarde y no llegaba, ¿pos’ éste?, al rato aaai’ lo veo que viene dando tumbos, ándale tú de nuevo, ¿vas a cenar?, no, no quiero, ¡déjame!, bah, allá tú, aluego que iba yo a dormir, sale éste al patio a “hacer del cuerpo”, sus necesidades pues, cuando estaaaba con los calzones abajo y todavía medio briago, oye una risa muy fea, levanta la cara, y lo primero que ve es un charro vestido de negro montado en su caballo con alforjas al lomo, ¿qué quieres cabrón, no ves que estoy zurrando?, tu alma, y le aventó unas monedas de oro y plata, ¿qué?, sí, tu alma, toma las monedas, para que sigas en el vicio, ¡me lleva la chin…!, queriendo pararse y subirse los calzones, pa’ cuando levantó la mirada, aquél ya se había esfumado sin dejar rastro, con todo y la risa esa.

¡Amá amá, perdóneme usté!, entró gritando a la casa, sin más, lo abracé, lloraba, me contó lo que pasó, le dije, ande pues mi’jo, cene y acuéstese, que mañana se me va a “jurar” y a dejar de andar faltándole el respeto a su madre, que si usté sigue así, en una de esas, agarra las monedas y… ni Dios padre lo salva, ¡ándele!

MeeelloLuego de unos cinco abriles de no verle, contábame Poncho el por qué de tan prolongada ausencia, me estaba yendo mal, tú sabes, sin chamba, broncas en casa, decidimos probar “fueras”, nos fuimos a un poblado entre Puebla y Veracruz (Tlachichuca o Chilchotla, no recuerdo bien cuál me dijo).

La cosa pintaba, un primo me dio chamba en su taller de maquila, yo entregaba y recogía algunos pedidos de ropa; el pueblo era muy tranquilo. Antes de morir mi papá nos fue a visitar, resulta que él ya conocía ese condado, llevaba consigo un aparato para localizar metales, convencido de la idea de encontrar tesoros en algunas casonas abandonadas, nos dimos a la aventura de buscarlos por un par de días, pese a las advertencias de los lugareños de no hacerlo.

Después de tres predios, y no’mas ni maíz, le dije a mi papá que pasáramos la noche en la siguiente finca y que al día siguiente continuaríamos, confiando en por fin encontrar algo, así lo pretendíamos hacer, buscábamos dónde recostarnos, cuando papá encontró una especie de pasadizo a un costado de una chimenea, y ya sabes, “…la curiosidad mató al buscador de tesoros”, entramos de rodillas –con todo y aparatejo- por el estrecho espacio de lo que alguna vez tuvo una tapa o puerta, a los dos metros aproximadamente, pudimos incorporarnos y empezamos a descender por una escalera metálica de “caracol”; un nivel abajo, el detector de metales sonaba cada vez con mayor intensidad, resultado: algunas vasijas, monedas, copas y cubiertos de mesa de plata.

Cuando vino de regreso al DF mi papá con parte de “la maleta”, ya se había esparcido la noticia en el condado aquel, la gente insistía sobre las posibles consecuencias para quienes irrumpen en la zona en busca de tesoros; en lo que a mí toca, decidí conservar sin tanta fiesta lo que papá me dejó.

En el lapso de un año (tal vez más) empecé a sentirme mal, muy cansado, con insomnio, a escuchar ruidos y voces dentro de mi cabeza, definitivamente, algo andaba mal a partir del hallazgo, de papá ni se diga, una llamada lo confirmó después, él estaba hospitalizado, que si el hígado, que si el páncreas, que si esto… no resistió. Todavía en su lecho de muerte pudo decirme: “deshazte de esas cosas, están malditas, pinche gente y sus creencias… pero ai’ va uno”.

Al tiempo en que me platicaba Poncho su historia y su pena, y entrados en el clásico intercambio de material discográfico, ponía (sin darse cuenta) en mis manos al Devil Doll, entre otros discos. Luego en casa, de noche, recordando al Gigo, a mi agüe Lupita y al Poncho, lo escuché: un sudor frío me invadió cuerpo y alma, a partir de entonces, puedo asegurar que conocí el lado siniestro del Rock. Amén.





1 comentarios:

Zuka dijo...

simplemente desde que vi el OST me mori x_X jaja, buena aportacion hace unos meses que me dio un miedo terrible mientras los escuchaba en mi auto. Después leyendo este relato peor... lo tuve que leer en partes, por aquello del ost, no lo aguanto de corrido, creo que eso de las alucinaciones y paranoia tiene su lado malo. uta la imagen ultima si me trastorno!!!!

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